José Seoane* y Emilio Taddei**
Introducción.
En noviembre de 1999 la “Batalla de Seattle” contra la tercera reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC, bautizada “Ronda del Milenio”) marcó el “acta fundacional” del movimiento altermundialista. Hoy, una década después de su “bautismo de fuego” en la escena internacional, este movimiento enfrenta la salida impulsada por los poderes sistémicos a la actual crisis capitalista que amenaza con profundizar los efectos y tendencias confrontados diez años atrás.
Asistimos, en la esfera político-institucional, a una tentativa de relegitimación del actual patrón de poder mundial (Quijano, 2000), que encuentra en la creación del G 20 su iniciativa más publicitada. De esta manera, se pretende ampliar la base de legitimidad y “gobernabilidad” del sistema mundo capitalista mediante la incorporación subordinada de las élites económicas y políticas de algunos países de la llamada “periferia” al otrora selecto club de las ocho potencias económicas, que por cierto no se ha extinguido. Este promocionado nacimiento del G 20 persigue limitar los efectos del cuestionamiento antisistémico al carácter profundamente antidemocrático del régimen de gobierno mundial, denunciado por los movimientos del Sur Global (Bello, 2007).
En el terreno económico las tentativas por recomponer la legitimidad de los mercados financieros se materializaron primero en la realización de rescates millonarios de bancos y de muchas empresas transnacionales, sin que esto haya evitado el despido de millones de trabajadoras y trabajadores en todo el mundo. Se invoca ahora en los discursos oficiales la promoción de una “nueva era de desarrollo” y de prosperidad económica mundial, cuyos supuestos beneficios permitirían mitigar definitivamente los padecimientos sociales amplificados por la actual crisis. Sin embargo, esta respuesta supondrá la agudización de tres tendencias ya presentes: la profundización de los esquemas de recolonización asociados a la
explotación de los bienes comunes de la naturaleza, la agudización de las prácticas de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2004) y la creciente difusión de los procesos de militarización a escala planetaria orientados a controlar y reprimir los procesos de resistencia social contra los efectos socioambientales y laborales generados por la crisis capitalista. La potencial agudización de estas tendencias acentuará el carácter antidemocrático y represivo que ya asume la globalización liberal en distintos países. Ello constituye un nuevo y significativo desafío para el movimiento altermundialista, así como para las organizaciones y experiencias populares y antisistémicas en general y el conjunto de la humanidad.