Por José Luis Carretero Miramar*
Article paru dans Contramarcha, n°66, Madrid, Mars 2014 (Journal de Solidaridad Obrera)
Ante la crisis, ante el desbarajuste capitalista:
¿Existe una alternativa económica? ¿Una democracia productiva? No sólo existe
sino que está desarrollándose, creciendo, expandiéndose ante nuestros propios
ojos en toda una miríada de proyectos populares autogestionarios que nos rodean
y que, cada vez más, pugnan por convertirse en una alternativa real en el
momento del despojo y de la devastación de los servicios públicos.
Existe una alternativa y se está haciendo en las calles.
No es algo teórico, y no depende tan sólo de afortunadas formulaciones, de
dignos estudios etnográficos e históricos, o de estadísticas rigurosas. Ahí, en
los poros de esta sociedad, “el movimiento real que abole el actual estado de
las cosas” va desplegándose, aprendiendo, expresándose, de manera cada vez más
perentoria.
Posemos nuestra mirada en experiencias concretas,
en proyectos reales y encarnados en personas con cara y ojos, con ternuras y,
también, con buenos ymalos días.
Hablemos, por ejemplo, del periódico madrileño
Diagonal, producto de los movimientos sociales de la Capital del Estado
Español. Un quincenal de funcionamiento autogestionario que edita una tirada
cercana a los 15.000 ejemplares y se vende en los kioskos, que tiene su origen,
hace más de una década, en un simple folio doblado y fotocopiado que se
repartía en el populoso mercado del Rastro madrileño, entre los puestos de
artesanía y los tenderetes de ropa usada. Una iniciativa que acaba de llevar a
cabo un proceso de crowfunding, entre otras actividades para obtener la
financiación necesaria para poder sobrevivir y aumentar su dimensión.
También podemos mencionar la cooperativa de crédito
Coop57. Un proyecto colectivo constituido inicialmente con parte de las
indemnizaciones por despido que les correspondieron a los trabajadores de la
editorial barcelonesa Bruguera. Se trata de una sociedad conformada por
distintas entidades que permite financiar proyectos autogestionarios,
ecológicos y de la economía social y solidaria, a intereses menores de los de
mercado; y en la que los particulares también pueden depositar cantidades,
sabiendo a que van a ser dedicadas a ello. Crédito ético, financiando proyectos
populares.
Pero, por
supuesto, no vamos a hablar sólo del Estado Español,
aunque en él este tipo de iniciativas han crecido claramente en estos últimos
años de crisis. En otros sitios, como
América Latina, las cosas empezaron a suceder ya antes: tanto el inmisericorde
ataque de los mercados contra las clases trabajadoras y el conjunto de la
sociedad, como la irrupción de los gérmenes y el fermento de la “nueva
economía”.
Así, en Argentina, alrededor de la explosión social
del año 2001, se multiplicaron las llamadas “recuperaciones” de fábricas que
iban a ser cerradas por sus dueños, y que los trabajadores mismos, tras arduas
jornadas de ocupación de los centros de trabajo y luchas sociales, procedieron
a hacer funcionar de forma autogestionada. Emprendimientos como la mítica FaSinPat
(Fábrica Sin Patrón, anteriormente Zanón, en la ciudad de Neuquén), la imprenta
Chilavert, la Gráfica Patricios o la metalúrgica IMPA, son de sobra conocidos.
Actualmente, según datos del Programa Facultad Abierta de la Universidad de
Buenos Aires, dedicado al
estudio y asesoramiento de estas experiencias, más
de 10.000 personas siguen trabajando en Argentina en empresas recuperadas.
Podríamos poner muchos más ejemplos de otros países
(Brasil, Grecia, Francia, Italia, Uruguay, Egipto…).
Se trata, pues, de una miríada de proyectos
concretos y reales que están haciéndose ante nuestros ojos. Pero que afrontan,
también, numerosos peligros, como su desarrollo a la imagen y semejanza de las
instituciones del propio mercado capitalista con el que tienen que competir
(profesionalización de la gestión, control de información interna, separación
marcada entre dirigentes y dirigidos…), como ha pasado con parte del propio movimiento
cooperativo; o como su estructuración como una simple red de “autogestión de la
miseria”, subcultural y marginal, donde individuos sometidos a la mayor
precariedad no hagan otra cosa que gestionar, mal que bien, lo que ni los
capitalistas quieren, lo que no nos roban, simplemente porque no es viable.
Pero todas estas experiencias y proyectos no
significarán nada sino son capaces de articularse fuertemente entre sí y con
las luchas obreras y populares. Es necesario densificar lo que ya existe,
interrelacionar las cooperativas, las redes, las aldeas ocupadas, las fábricas
autogestionadas, y ello de una manera transnacional y capaz de trascender las
fronteras entre Norte y Sur, Centro y Periferia, del sistema económico global. Sólo
desde el apoyo mutuo, y desde la incardinación de las experiencias económicas
con el conjunto de las luchas sociales (por más democracia, por la abolición de
las leyes represivas y autoritarias, por la resistencia ante las
privatizaciones y la precariedad laboral y social, por la defensa del
territorio y del ecosistema…) pueden las prácticas constructivas de la multitud
convertirse en una auténtica alternativa global coherente y capaz de acumular
la suficiente fuerza. Se dibujan, principalmente, dos tipos de perspectivas. La
primera: la conformación de una tupida red de organismos asamblearios que,
desde lo local y desde los centros de trabajo, vayan federándose, mediante
mecanismos de mandato imperativo y revocabilidad de las delegaciones, para
permitir la p l a n i f i c a c i ó n participativa de la vida económica. El
modelo clásico, por otra parte, del anarcosindicalismo, pues ya la CNT
planteaba en su Congreso de Zaragoza de 1936, la articulación social a la
imagen y semejanza de su funcionamiento interno, basado en el federalismo y la
democraciadirecta. Un modelo que ha sido, también, revisitado con las
inevitables modificaciones, dado el tiempo transcurrido, por perspectivas como
la de la Democracia Inclusiva, defendida por Takis Fotopoulos.
La otra: un poco más complicada. Sabiendo los límites
mostrados por la realidad misma de la planificación en las circunstancias
concretas en que ha sido puesta en marcha, conociendo que ningún organismo
central, por participativa y flexible que sea la estructura que lo sustenta,
puede tener todos los conocimientos y toda la información necesarios para tener
una visión acertada y al tiempo global de la vida económica, cabría hacer
espacio a la necesidad de formas de mercado más o menos “libre” entre cooperativas,
iniciativas locales y trabajadores autónomos, ya que el mercado puede
garantizar una mayor flexibilidad y rapidez en la asignación de recursos en
casos concretos. Por supuesto, donde hay mercado hay competencia y, por tanto,
ganadores y perdedores, lo que impone la necesidad de generar paralelamente un amplio
campo de organismos reguladores, bajo la tutela de la comunidad en general organizada
democráticamente, y de servicios sociales comunales que permitan hacer de
colchón y reintegrar a la vida productiva a los trabajadores de las empresas no
viables.
Una perspectiva adelantada en su momento por el
economista libertario Abraham Guillén, combatiente cenetista en la Guerra Civil
española y, posteriormente, asesor e inspirador de numerosos movimientos
sociales y guerrilleros latinoamericanos.
Pero también hay en este momento, en pleno
desarrollo, otras perspectivas, como la de la Economía Participativa (Parecon),
divulgada por economistas y estudiosos anglosajones como Michael Albert o Robin
Hahnel, que hace hincapié en cosas tan interesantes como la distribución de
“paquetes integrados” de tareas manuales e intelectuales para cada puesto de
trabajo, para que, en un contexto de autogestión generalizada, la división del
trabajo necesaria para la producción no genere nuevas jerarquías en el interior
de las unidades económicas; o los marcos de análisis desarrollados en América
Latina, como los investigados por Andrés Ruggeri o Danigno en torno a la “adecuación
sociotécnica” entre la producción autogestionaria y el tipo concreto de
tecnología laboral a utilizar y a desarrollar en dicho contexto, ¿son las mismas
las máquinas –o el uso de las máquinas- que deben desplegarse en la producción autogestionaria
que en el mercado capitalista? ¿No han sido muchas veces diseñadas en un marco
en que ciertas posibilidades –la cooperación, la comunicación entre los
operarios- trataban de evitarse, mientras otras –la vigilancia, el control externose
fomentaban, sin un sentido propiamente productivo?
Se trata, pues, de edificar un nuevo pensamiento
transformador adaptado a un mundo que muta aceleradamente. Nuevas perspectivas
basadas en el análisis de las prácticas efectivas llevadas a cabo por las
poblaciones cuando luchan y cuando tratan de construir nuevas realidades, más
que en eldesarrollo deductivo, abstracto y puramente teórico de principios o
dogmáticas inamovibles.
Es el momento de reapropiarse de esas tradiciones y
alumbrarlas al calor de lo nuevo. De pensar si dogmas ni rigideces sobre las
prácticas efectivas de las clases populares y de insertar ese pensamiento en el
seno de esas mismas prácticas por medio de un amplio diálogo con ellas.
En el plano económico es el momento, pues, de trabajar
sobre el concepto de la democracia económica (la autogestión) que hoy, ahora,
está más vigente que nunca, ya que las propias poblaciones acosadas por la
devastación neoliberal se lo apropian como una precaria tabla de salvación frente
a la debacle ecológica y social. Perfilarlo, adaptarlo a la realidad efectiva,
problematizarlo, popularizarlo,
generalizarlo.
* Auteur de « La Autogestión viva – proyectos y
experiencias de la otra economía al calor de la crisis », Queimada
Ediciones, 2013 ; Membre de l’Instituto de ciencias Económicas y de la
Autogestión (ICEA), site web : http://iceautogestion.org
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